Nadie le dijo a Otto que no debía tocar ese gato. Nadie le informó las consecuencias que tendría cualquier contacto físico con el animal. No le advirtieron lo que vendría, lo que seguiría, la huella que le dejaría ese gato.
Él no lo sabía, por eso Otto tocó al gato. Por eso no hizo caso: porque nadie le advirtió y por consiguiente no era su culpa.
Eso fue lo que abrió las sospechas sobre Otto. Saber si Otto era consciente de lo que vendría, pero sobre todo, saber si Otto era consciente de su propia ignorancia y de que habría una consecuencia directa que nadie le había informado. La sospecha era que Otto pudo haberse valido de ello para alegar que nadie le informó, que nadie le dijo, que él no sabía.
Porque ahí pudo ocultar su desliz ético y moral: en la ignorancia, la falsa ignorancia, claro, o al menos en la circunstancia de que nadie lo procuró. Si nadie se ocupó de que él tuviera conocimiento de lo que vendría, todos menos él serían los responsables. Una situación conveniente para él, sin duda, y para evadir una responsabilidad clara.
Él debió de haberlo sabido… Sí. Está el instinto. El trozo de animal en su alma que le diría al oído y sin necesidad de nadie más que no debía tocar al gato, que las consecuencias vendrían y que jamás lo olvidaría. Jamás.
Pero entonces, quizá Otto no escuchó ese susurro de racionalidad y sentido común y prefirió dejarse llevar por la tentación, la curiosidad y el hedonismo implícito. Ese habría sido el momento en que Otto tocó al gato.
Y una vez que Otto tocó al gato, debió saber de inmediato que nunca debió haber siquiera pensado en tocarlo alguna vez.
Él no lo sabía, por eso Otto tocó al gato. Por eso no hizo caso: porque nadie le advirtió y por consiguiente no era su culpa.
Eso fue lo que abrió las sospechas sobre Otto. Saber si Otto era consciente de lo que vendría, pero sobre todo, saber si Otto era consciente de su propia ignorancia y de que habría una consecuencia directa que nadie le había informado. La sospecha era que Otto pudo haberse valido de ello para alegar que nadie le informó, que nadie le dijo, que él no sabía.
Porque ahí pudo ocultar su desliz ético y moral: en la ignorancia, la falsa ignorancia, claro, o al menos en la circunstancia de que nadie lo procuró. Si nadie se ocupó de que él tuviera conocimiento de lo que vendría, todos menos él serían los responsables. Una situación conveniente para él, sin duda, y para evadir una responsabilidad clara.
Él debió de haberlo sabido… Sí. Está el instinto. El trozo de animal en su alma que le diría al oído y sin necesidad de nadie más que no debía tocar al gato, que las consecuencias vendrían y que jamás lo olvidaría. Jamás.
Pero entonces, quizá Otto no escuchó ese susurro de racionalidad y sentido común y prefirió dejarse llevar por la tentación, la curiosidad y el hedonismo implícito. Ese habría sido el momento en que Otto tocó al gato.
Y una vez que Otto tocó al gato, debió saber de inmediato que nunca debió haber siquiera pensado en tocarlo alguna vez.
3 comentarios:
¿No debio "siquiera pensar" en tocar al gato? Creo que no pasa por lo racional, antes de pensarlo ya lo tocamos. Por eso nos tratamos de convencer que nadie nos lo advirtió, pero el susurro siempre existe.
esaito...
Hola! me mudé de lorettakaas.blogspot.com a gabriella-ms.blogspot.com... besos... pinche Otto, by the way :D
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