lunes, 27 de octubre de 2008

De las palabras como principio


Piensa una palabra que lo abarque todo. La que sea. No importan los fonemas, las letras ni la estética del vocablo que elijas. Su forma, su métrica, su pronunciación. Sólo importa lo que abarque. Sí, nada más... pero tampoco nada menos por que sé que no es sencilla tarea. No debe de serlo y si lo es, es porque la palabra es equivocada, inservible, inútil y desechable. Artículo que no llega ni a la quinta necesidad y que debe ser rumbado al vacío inerte donde se arrojan las palabras de su naturaleza, donde las tiran quienes saben que vale más el silencio que la palabra necia o innecesaria. Pero no debo desviarme.
El asunto es nuestra palabra, la que a partir de hoy buscarás y no volverás hasta haberla encontrado. La que será tu nombre y el mío, el de tu amante y tu enemigo. Tu hijo y tu madre, tu padre y tu asesino. El nombre con que nombrarás el cielo y tu casa, el piso y el árbol muerto que yace convertido en leña, ceniza y llamas. La palabra lo será todo porque la palabra debe abarcar lo inabarcable, unificarlo, reunirlo pero no sintetizarlo. No reducirlo. No debe ser un corpiño que ciña, apriete, limite y deforme. No. De ser cielo. Debe ser luz infinita. Debe ser oscuridad absoluta. Debe serlo todo. Y no será sólo lo inabarcable: será las limitaciones y lo ilimitado. Lo infinito y lo efímero. De nuevo: todo. Nuestra palabra no hará distinción entre ying ni yang en este universo de estrecheces, pasillos angostos y techos casi al ras del suelo. Nuestra palabra será una y será única y dentro de ella cabrá todo lo que queramos guardar, una caja que no será una caja, será una puerta sin tamaño ni medida, pero igual ahí estará.
Nuestra palabra será metafísica pues en sus letras habrá caminos y universos, galaxias enteras ardiendo y que se fundirán en hoyos negros con su densidad hambrienta de nuevos mundos y paraísos, infiernos y voces de ángeles blancos, negros y rojos; y en su vendaval, nuestra palabra será paz porque todo lo abarcará, lo abrazará, lo fusionará en un solo concepto que será el nombre de nuestra palabra, la que tú encontrarás, la que tú traerás.
Y en esa palabra nos ocultaremos para siempre, detrás de sus letras guardaremos nuestra vida y guardaremos nuestra muerte. Partiremos solos hacia su inmensidad, y si alguna vez nos sentimos olvidados y abandonados, simplemente invocaremos nuestra palabra, nuestra propia palabra, aquella donde lo guardamos todo y que con solo pronunciarla le daremos sentido a nuestra vida, a nuestra muerte y a todo el cosmos.

martes, 21 de octubre de 2008

Fotograma


Y el poema, el verso, la palabra, la narración y se repite, se repite, se repite. Fotograma, imágenes, clichés y el cerebro y el corazón apagados. Bienvenido al mundo del "pudo ser". Everithing is gone, babe. Goodbye.

...Hoy día hasta la depresión es una frivolidad....

Se vende un mundo. Informes aquí.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Otto y el gato


Nadie le dijo a Otto que no debía tocar ese gato. Nadie le informó las consecuencias que tendría cualquier contacto físico con el animal. No le advirtieron lo que vendría, lo que seguiría, la huella que le dejaría ese gato.

Él no lo sabía, por eso Otto tocó al gato. Por eso no hizo caso: porque nadie le advirtió y por consiguiente no era su culpa.

Eso fue lo que abrió las sospechas sobre Otto. Saber si Otto era consciente de lo que vendría, pero sobre todo, saber si Otto era consciente de su propia ignorancia y de que habría una consecuencia directa que nadie le había informado. La sospecha era que Otto pudo haberse valido de ello para alegar que nadie le informó, que nadie le dijo, que él no sabía.

Porque ahí pudo ocultar su desliz ético y moral: en la ignorancia, la falsa ignorancia, claro, o al menos en la circunstancia de que nadie lo procuró. Si nadie se ocupó de que él tuviera conocimiento de lo que vendría, todos menos él serían los responsables. Una situación conveniente para él, sin duda, y para evadir una responsabilidad clara.

Él debió de haberlo sabido… Sí. Está el instinto. El trozo de animal en su alma que le diría al oído y sin necesidad de nadie más que no debía tocar al gato, que las consecuencias vendrían y que jamás lo olvidaría. Jamás.

Pero entonces, quizá Otto no escuchó ese susurro de racionalidad y sentido común y prefirió dejarse llevar por la tentación, la curiosidad y el hedonismo implícito. Ese habría sido el momento en que Otto tocó al gato.

Y una vez que Otto tocó al gato, debió saber de inmediato que nunca debió haber siquiera pensado en tocarlo alguna vez.