martes, 22 de julio de 2008

Sueño número 2 o "flores en la tumba del pasado"


Me buscaba a mí mismo. Me buscaba sin razón. Entre los rostros todavía infantiles, entre los vasos llenos de soda con hielo y la música idiota, muchachos con esmoquin y jovencitas en vestidos blancos y cremas. Me buscaba. Al muchacho perdido en la alfombra y la fiesta y adiós a la secundaria. Los 15 años de edad y la rebeldía adolescente. Me buscaba y me buscaba sin razón. Subía el ascensor y cuando veía hacia el vacío imaginaba que estaba dentro del vaso de tequila gigante de Dios, y que subía porque Dios nos iba a beber a quienes estábamos dentro. Y nos bebería. A todos nos bebería pero entonces no lo sabíamos, con esos 15 años y esa rebeldía. Con nada. Y la música idiota, la ropa y los vestidos en tonos claros. Y yo no entendía nada. Pero me buscaba a mí mismo, y no había razón

jueves, 17 de julio de 2008

Adiós, Julio

Acercarme a ella que me sonríe sin sorpresa alguna, convencida a veces, como yo, de que un encuentro casual es lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas, con horas puntuales, es la misma que necesita papel rayado para escribirse cosas sin sentido, que no pueden ser entendidas por nadie mas...Andabamos sin buscarnos, pero sabiendo que andabamos para encontrarnos.
"Rayuela", fragmento

J. Cortázar




Corríamos por la calle buscando la casona del buen Julio. Andábamos a prisa por las encharcadas banquetas de todas las calles del barrio buscando la casa donde Julio y su Maga se ocultaban de la luz y del encono, del paso del tiempo y la leucemia, la muerte y de 1984.
Caminábamos de la mano. El viento húmedo, como migaja de los aguaceros de toda la mañana, nos refrescaba el rostro sudado por tanto andar, por tanto recorrer esquinas, callejones y rincones oscuros donde el olor del mate, del tinto, o el sonido de una trompeta desencajada nos llevaran a buscar.
Pero él no estaba. Él y su Maga ocultos tras los minutos y los años, entre las polvorientas calles de cualquier ciudad –esta ciudad –que al mismo tiempo pudieran ser algunos de aquellos ocultos paisajes de París o alguna secreta ruta bonaerense.
Por eso era tal difícil dar con ellos entre las puertas antiguas con blasones ilegibles y los ventanales con barrotes que los siglos no pudieron debilitar. Julio oculto como animal temeroso. Julio oculto como gato negro en el rincón más impredecible de la casa. Pero en realidad no era el miedo lo que lo llevaba a encerrarse en esa jaula metafísica de paredes de cantera, a ocultarse con sus monstruos, sus conejos, sus niños vampiro y sus discos de jazz, considerando, claro, que el oculto fuera él y la cárcel ese rincón donde las sombras lo cobijaran. Pero quizá la prisión era el mundo y su humilde cuarto el último paraíso libre sobre la tierra. Tal vez los demonios fueron tomando casa tras casa, puente tras puente, hasta apoderarse de países enteros y al final de todo. Y entonces la libertad se ocultaría en una pequeña celda sin luz y sin ventanas, con los alimentos apenas necesarios para sobrevivir con raciones inhumanas. En ese pequeño espacio, en ese diminuto recinto donde entre la miseria queda al menos un respiro de libertad. Ahí está Julio. Y con él está su Maga que bien pudiera llamarse Lucía o llamarse Aurora, o sencillamente libertad. El juego está en esconderse, en jugar al escondite con los entes oscuros que los fueron tomando todo, que en apenas unas décadas pasaron de una casa al mundo, que se lo robaron todo. Todo menos a Julio y sus poemas y sus cuentos, sus conejitos blancos cayendo por un balcón para destrozarse en su viaje fatal rumbo a la calle.
Y lo seguimos buscando. Toda la tarde, toda la noche y toda la semana, recordando la maldición eterna de su poema, de saber que las cosas están donde no las buscamos nunca, que las personas sólo aparecen cuando dejamos de forzar el encuentro, y que los únicos encuentros que valen la pena son los que nos regala la casualidad.
Adiós, Julio.

jueves, 10 de julio de 2008

De lo no publicado

Buscando crónicas para un taller de periodismo escrito que el gran Alejandro Salas dará a reporteros de televisión, me encontré este texto breve que nunca publiqué. Aquí va para que al menos valga la pena la desvelada de aquella vez. Según el archivo Word, data del 17 de junio de 2006. Saludos.


Podría ser cualquier otra cosa, cambiando un poco el contexto.
Si uno mira bien a la concurrencia, podría sentirse en algún comercial de cerveza de esos en que abundan hombres de todo tipo en el mismo bar, sujetos simpáticos y hasta bonachones que es fácil imaginarse encendiendo el carbón los domingos para la carne asada, bebiendo cerveza y gritando ante el gol de la victoria de cualquier equipo futbolero.
Sólo faltaría el eslogan de “por los que quieren pasar más tiempo con sus amigos” dentro del recinto de unas 25 mesas, decoración egipcia y luces multicolor que cortan la oscuridad y el humo (aunque claro, no así el de “jugar botella con ella”, acaso ajustándolo para “jugar botella con él”, tomando al muchachito que sugestivamente baila sobre un entarimado para hacer el papel de “él”).
Así es: la bandera de arcoiris colocada en una especie de sala de espera al cruzar la puerta principal que da a la calle Zaragoza no es casualidad y el lugar es un antro gay con todas sus letras.
Lo sabe uno por varias razones: el hecho de que haya un solo baño, la ausencia de cualquier indicio de estrógenos en el lugar, la música electrónica en un antro donde sólo acuden hombres, pero sobre todo, resulta especialmente elocuente el jovencito que no pasa de 23 años y se unta aceite por su cuerpo de músculos marcados ataviado únicamente por una brillante tanga plateada, sin duda envidia para cualquier Serrano Limón.
Y los hombres simplemente lo miran, sin más ni más. La concurrencia permanece estoica aunque con la mirada fija en el jovencito, no hay gritos ni “mariconadas” como cualquier “profano” esperaría.
Sólo beben discretamente sus cervezas, fuman sus cigarrillos y con rostros inexpresivos observan toda la rutina de tres canciones que el joven ofrece: una de simple baile, otra para desnudarse y la tercera para seducirlos en una regadera con agua, jabón y aceite. En cualquier table hay más escándalo.
El ambiente huele a cotidianeidad: camisas a cuadros, bigotes y barbas de candado, peinados ordinarios de cualquier empleado bancario o cajero de la tesorería estatal lejos de cualquier cliché o caricatura gay inventada en alguna telenovela de Televisa o alguna película de Alfonso Zayas.
Diría el chiste, sin joterías. Finalmente más que a una realidad alterna lo que encierran esas paredes se parece más a la realidad, punto, si acaso oculta, pero realidad tangible y ordinaria a fin de cuentas.

Del monólogo interior que precede al silencio exterior


¿Y se supone que todo deba ser de alguna manera? Todo: al interior y al exterior, un modelo perfecto y único de convivencia, de identidad, de cohabitación en los espacios grandes y pequeños. Un ensayo teatral de una obra donde no hay público porque todos somos actores y todos criticamos la labor de los otros, la juzgamos y la calificamos con ligereza y naturalidad, como si así debieran ser las cosas, como si se supusiera que para eso estamos aquí, para calificar y juzgar y criticar. Y la obra sigue su curso de alguna manera mientras el director duerme hastiado de borracho. De perdido y desinteresado. Nadie es nadie en esta fiesta. Nadie tiene palabra válida para pronunciar porque el guión está mal hecho, con faltas ortográficas y de sintxis tan obvias que nada más de hojearlo uno quisiera vomitar por semejanta abominación. Esta tarde es de sol fastidioso. Sueño. Cansancio. ¿Se supone que todo deba ser así? La obra competa es la suma de sus accidentes, de sus errores, de su carencias. Al final los actores se aplaudirán de pie solos. Sin palabras, sin preguntas, sin comentarios. En el café posterior al estreno destazaremos el trabajo completo. No estamos aquí para el odio, pareciera más que el móvil radica en el desdén, el desinterés, la paradójica acción en la frase "no hacer nada". No hacemos nada. No nos interesa nada. No nos motiva nada. ¿Para qué? Todo es siempre tan igual, tan reducido, tan insignificante. Para este punto hacer algo resulta tan irrelevante como no mover un dedo. Y el interminable quizá.