Buscando crónicas para un taller de periodismo escrito que el gran Alejandro Salas dará a reporteros de televisión, me encontré este texto breve que nunca publiqué. Aquí va para que al menos valga la pena la desvelada de aquella vez. Según el archivo Word, data del 17 de junio de 2006. Saludos.Podría ser cualquier otra cosa, cambiando un poco el contexto.
Si uno mira bien a la concurrencia, podría sentirse en algún comercial de cerveza de esos en que abundan hombres de todo tipo en el mismo bar, sujetos simpáticos y hasta bonachones que es fácil imaginarse encendiendo el carbón los domingos para la carne asada, bebiendo cerveza y gritando ante el gol de la victoria de cualquier equipo futbolero.
Sólo faltaría el eslogan de “por los que quieren pasar más tiempo con sus amigos” dentro del recinto de unas 25 mesas, decoración egipcia y luces multicolor que cortan la oscuridad y el humo (aunque claro, no así el de “jugar botella con ella”, acaso ajustándolo para “jugar botella con él”, tomando al muchachito que sugestivamente baila sobre un entarimado para hacer el papel de “él”).
Así es: la bandera de arcoiris colocada en una especie de sala de espera al cruzar la puerta principal que da a la calle Zaragoza no es casualidad y el lugar es un antro gay con todas sus letras.
Lo sabe uno por varias razones: el hecho de que haya un solo baño, la ausencia de cualquier indicio de estrógenos en el lugar, la música electrónica en un antro donde sólo acuden hombres, pero sobre todo, resulta especialmente elocuente el jovencito que no pasa de 23 años y se unta aceite por su cuerpo de músculos marcados ataviado únicamente por una brillante tanga plateada, sin duda envidia para cualquier Serrano Limón.
Y los hombres simplemente lo miran, sin más ni más. La concurrencia permanece estoica aunque con la mirada fija en el jovencito, no hay gritos ni “mariconadas” como cualquier “profano” esperaría.
Sólo beben discretamente sus cervezas, fuman sus cigarrillos y con rostros inexpresivos observan toda la rutina de tres canciones que el joven ofrece: una de simple baile, otra para desnudarse y la tercera para seducirlos en una regadera con agua, jabón y aceite. En cualquier table hay más escándalo.
El ambiente huele a cotidianeidad: camisas a cuadros, bigotes y barbas de candado, peinados ordinarios de cualquier empleado bancario o cajero de la tesorería estatal lejos de cualquier cliché o caricatura gay inventada en alguna telenovela de Televisa o alguna película de Alfonso Zayas.
Diría el chiste, sin joterías. Finalmente más que a una realidad alterna lo que encierran esas paredes se parece más a la realidad, punto, si acaso oculta, pero realidad tangible y ordinaria a fin de cuentas.